Los linfocitos T y B son tipos de glóbulos blancos esenciales para el sistema inmunológico adaptativo, que es la parte del sistema inmunitario que responde específicamente a cada invasor (como virus, bacterias o células cancerígenas) y recuerda esa amenaza en el futuro. Por eso, es fundamental mantenerlos fuertes durante la infancia.
¿Qué son los linfocitos?
Los linfocitos son un subtipo de leucocitos (glóbulos blancos). Se dividen principalmente en:
– Linfocitos B: su función principal es producir anticuerpos. Circulan por la sangre y se concentran en los ganglios linfáticos y el bazo.
Reconocen antígenos (partes de virus, bacterias u otras sustancias extrañas) y, al hacerlo, se activan y se convierten en células plasmáticas, que secretan anticuerpos específicos.
También pueden convertirse en células de memoria, listas para responder rápidamente si el mismo antígeno aparece de nuevo, lo que puede evitar reinfecciones.
Por ejemplo, si te vacunas contra el sarampión, tus linfocitos B generan anticuerpos contra el virus y pueden protegerte si lo vuelves a encontrar.
– Linfocitos T: destruyen células infectadas o ayudan a otros linfocitos a activarse.
Existen varios subtipos:
- T CD8+ (citotóxicos): destruyen directamente células infectadas por virus o con mutaciones cancerígenas.
- T CD4+ (colaboradores o helper): activan linfocitos B y otros glóbulos blancos, coordinando la respuesta inmune.
- T reguladores: controlan la respuesta inmune para evitar que ataque al cuerpo por error (autoinmunidad).
Por ejemplo, cuando un virus entra a una célula, los linfocitos T citotóxicos detectan la infección desde el interior y eliminan la célula.
¿Por qué son tan importantes en la infancia?
Los linfocitos T y B son clave para los niños porque su sistema inmunológico aún se está desarrollando y necesita aprender a reconocer y defenderse de una amplia variedad de microorganismos (virus, bacterias, hongos, parásitos) de forma eficiente y duradera.
Al nacer, el sistema inmune de un niño es funcional, pero inmaduro. Los linfocitos T y B permiten que el cuerpo aprenda a diferenciar lo propio de lo extraño y desarrolle memoria inmunológica, evitando que se pongan malos más a menudo.
Durante la infancia, los niños se exponen por primera vez a muchos patógenos. Los linfocitos B y T aprenden y crean una “biblioteca inmunológica” para reconocer esas amenazas en el futuro.
Además, son la base de la inmunidad tras las vacunas ya que las vacunas funcionan gracias a estos linfocitos. Los linfocitos B producen anticuerpos contra virus y bacterias, mientras que los linfocitos T activan otras células y eliminan células infectadas.
Después de la vacuna, algunos de estos linfocitos se transforman en células de memoria, que protegen a largo plazo.
La falta de linfocitos T o B (por ejemplo, en inmunodeficiencias primarias) puede hacer que un niño sea muy vulnerable a infecciones graves y persistentes. Así ocurre, por ejemplo, en el síndrome de inmunodeficiencia combinada severa (SCID), los niños nacen sin linfocitos funcionales y necesitan trasplantes o terapia génica para sobrevivir.
¿Cómo mantener nuestros linfocitos T y B sanos?
Aunque muchos factores influyen en el estado de nuestro sistema inmune, puedes mejorar su función a través de hábitos de vida saludables y ciertos cuidados médicos.
1. Alimentación equilibrada. Dale a tu hijo una dieta rica en vitaminas y minerales esenciales como:
- Vitamina C (cítricos, pimientos, kiwi)
- Vitamina D (pescados grasos, sol, suplementos solo si hay déficit)
- Zinc (carnes magras, legumbres, semillas)
- Hierro y ácido fólico (verduras de hoja verde, legumbres, cereales integrales)
Estas sustancias apoyan la proliferación y maduración de linfocitos T y B.
2. Dormir bien (7–9 horas). El sueño regula la producción de citocinas (mensajeros inmunes) y la activación de linfocitos.
3. Ejercicio moderado y regular. Mejora la circulación de linfocitos y reduce la inflamación crónica. El ejercicio intenso sin recuperación puede deprimir el sistema inmune.
4. Reducir el estrés crónico. El estrés prolongado eleva el cortisol, una hormona que suprime la función de los linfocitos. Para reducirlo, conviene hacer prácticas de relajación como yoga, respiración profunda, meditación, actividades relajantes y sencillas… Y no sobrecargar al niño de actividades.
5. Tener las vacunas al día. Las vacunas activan a los linfocitos B y T para formar anticuerpos y memoria inmunológica. Mantenerlas actualizadas protege frente a enfermedades graves. Sigue el calendario de vacunación del niño.
6. Controlar enfermedades crónicas como diabetes, obesidad o enfermedades autoinmunes que pueden alterar la función de los linfocitos. El manejo médico adecuado protege la inmunidad.
7. Suplementos. Si hay déficits comprobados (como de vitamina D o zinc), los suplementos pueden ser útiles, pero siempre deben ser indicados por profesionales de salud.
Fuentes:
https://www.genome.gov/es/genetics-glossary/Linfocito
Besedovsky et al., Sleep and immune function, Pflugers Arch. 2012.